sábado, 13 de noviembre de 2010

Las “historias de vida” en la actualidad
 
       Ha sido necesario el vuelco epistemológico de los últimos años que reivindica la subjetividad como forma de conocimiento para que la historia de vida vuelva a ser considerada como de pleno valor científico.
       Los relatos que de una u otra manera tienen como tema y contenido lo biográfico y lo autobiográfico, las memorias personales, los testimonios de vida, etc.,  existen desde muy antiguo en la mayoría de las culturas.
       La narración desarrollada en forma sistemática, coherente y completa de la vida de un sujeto, sea realizada por él mismo, autobiografía, sea realizada por otro, biografía simplemente, pertenece a tiempos cercanos a nuestra época y, sobre todo, al mundo de la cultura occidental, especialmente a partir del Renacimiento. Hasta principios del siglo xx puede decirse que fue un tipo de documento perteneciente al campo de la historia –biografías de reyes, héroes y figuras de alguna manera significativas por su influencia en los acontecimientos históricos– y de la literatura. Sólo con la aparición de las ciencias sociales, empiezan a surgir documentos biográficos con intención de servir como bases de datos o textos para el estudio científico de la sociedad, de la cultura, de la psicología, del ser del hombre en general.
       De entre la multiplicidad y variedad de documentos biográficos con intención científica que han existido, que existen y que pueden existir, se ha venido perfilando, precisando y delimitando con identidad propia, la “historia de vida”. Thomas y Znaniecki marcan un hito en este proceso  de darle valor y precisarla como documento científico. Para la sociología y las ciencias sociales en general, puede decirse que la historia de la “historia de vida” se divide en antes y después de ellos. No son los primeros en trabajar con ella pues se inscriben en una tradición iniciada mucho antes en la que los antropólogos vienen a ser los pioneros, pero, al asumirla en el marco de las orientaciones de la primera Escuela de Chicago y al esforzarse por insertarla en los parámetros de la ciencia de la época con sus exigencias de “objetividad” y rigor metodológico, le dan un estatuto de cientificidad que, por muy discutido que haya sido en el pasado y pueda seguirlo siendo en la actualidad, ya no le puede ser borrado.
       A partir de la publicación del Campesino Polaco, se multiplican no sólo las historias de vida sino también las reflexiones y discusiones de tipo teórico y metodológico. Su vigencia empieza a declinar desde 1935 paralelamente al declino de las orientaciones y los métodos cualitativos bajo el predominio de las posiciones cientificistas y cuantitativistas, pero no desaparecen del todo. Se mantienen, sobre todo, entre algunos antropólogos –casi una vuelta a sus orígenes–, los que no han caído, como la mayoría de ellos, bajo la influencia avasallante del dominante objetivismo. Entre éstos, se destaca Oscar Lewis con sus investigaciones entre los sectores pobres de México y Puerto Rico. Sus primeros trabajos no se ubican propiamente en la línea de las “historias de vida”, pero, dentro de la “observación participante” típica de los tradicionales métodos de la antropología, hace énfasis en la participación no sólo en la vida social y cultural de la comunidad sino también en la vida particular de las personas y las familias. En un intento por conocer una comunidad desde dentro, el foco, más que en la “observación”, es puesto en la “participación”, en el segundo término del método, aquel en el que lo subjetivo resulta componente ineludible. Lo cualitativo, lo vivido, lo compartido, tienen preponderancia sobre lo objetivo, lo observado, lo técnico del científico.
       En su trabajo sobre Tepoztlán, que se publica en 1951 (1968 en español) pero que se inicia en 1943[3], ya están presentes estas básicas orientaciones de la tradición de Chicago. Lo mismo en su Cinco Familias (conocido en castellano como Antropología de la Pobreza), publicado en 1959[4] y basado en la experiencia de compartir cinco días “absolutamente ordinarios” con cada una de las familias estudiadas. No se narra la historia de unas vidas pero se vive un corto período de ellas y sobre esa vivencia se elabora el estudio.
       Es en 1961 cuando aparece su gran obra “biográfica”, Los Hijos de Sánchez, que en el inglés original lleva como subtítulo: Autobiografía de una familia mexicana (primera edición en español de 1964). En la introducción (1968, p. xxi), se plantea ya los principales problemas conceptuales y metodológicos que las historias de vida suscitan en el investigador:
       1. Se refiere a la historia de vida como una “nueva técnica”, pero en el mismo texto, un poco más adelante, habla no ya de técnica sino de  “este método”. ¿La historia de vida habrá que concebirla como técnica, como método o como otra cosa? Para Lewis, esto todavía es bastante confuso. Una cierta confusión terminológica y conceptual acompañará a la investigación con “historias de vida” hasta nuestros días. Por lo mismo, el investigador tendrá siempre que precisar el sentido que les da en su trabajo y clarificar los términos que usa.
       2. Los problemas de confiabilidad, validez y objetividad o, más bien, de superación de la subjetividad tanto del narrador de la historia como del investigador. Lo expresa así: “Las versiones independientes de los mismos incidentes ofrecidas por los diversos miembros de la familia, nos proporcionan una comprobación interior acerca de la confiabilidad y la validez de muchos de los datos y con ello se compensa parcialmente la subjetividad a toda autobiografía aisladamente considerada. Al mismo tiempo revelan las discrepancias acerca del modo en que cada uno de los miembros de la familia recuerda los acontecimientos. Este método de autobiografías múltiples también tiende a reducir el elemento de prejuicio del investigador porque las exposiciones no pasan a través del tamiz de un estadounidense de clase media, sino que aparecen con las palabras de los personajes mismos”. Según esto, para O. Lewis, la confiabilidad reposa sobre la multiplicidad de narradores y narraciones, la validez sobre “las palabras de los personajes mismos” y la objetividad principalmente sobre la independencia de los datos con respecto al investigador.
       3. La duda sobre la veracidad de los datos aportados por las historias, problema conectado directamente con la confiabilidad y la validez, queda sugerido –“las discrepancias acerca del modo en que cada uno de los miembros de la familia recuerda los acontecimientos”– pero no resuelto. La memoria, en efecto, puede falsear algunos datos, omitir otros, dar por acaecidos sucesos que no acaecieron, etc. ¿Cómo discriminarlos? ¿Es suficiente el contraste de varios narradores? ¿Cuál o cuáles de ellos dicen verdad o más verdad?
       4. Hay un cuarto problema epistemológicamente muy importante: el punto de vista –el “prejuicio”– del investigador. Pretende resolverlo dándoles la palabra a los “personajes mismos”. Ante todo, esto no es totalmente verdad. En efecto, en páginas posteriores (p. xxxi) dice: “Al preparar las entrevistas para su publicación he eliminado mis preguntas y seleccionado, ordenado y organizado sus materiales en autobiografías congruentes”. Si el lector no puede seguir el hilo de la entrevista ni identificar el texto como entrevista porque no conoce las preguntas y las respuestas le están presentadas como si no fueran respuestas, esto es, en forma de una narración continua cuando fue originariamente discontinua, si, además, los materiales han sido seleccionados, ordenados y organizados para lograr una congruencia que, al parecer, no tenían espontáneamente, ¿está leyendo “las palabras de los personajes mismos” o las intervenciones del “estadounidense de clase media”?
       Es cierto que Lewis pone a disposición, explícitamente, los materiales originales para quien quiera consultarlos, pero el hecho es que el texto que nos ofrece como palabras de los personajes es en realidad ya una interpretación del investigador.
       Éste no es sólo un problema de edición de los textos como muchos autores suelen pensar, sino que es un problema serio de producción del conocimiento, un problema netamente epistemológico. ¿Qué conocimiento se está produciendo y presentando, el de un investigador externo –el “estadounidense de clase media”– o el de los mismos actores de la realidad social en cuestión?
       Esta es una dificultad que está presente en toda investigación social y que se resuelve mejor con la orientación metodológica cualitativa que con la cuantitativa, pero que exige una cuidadosa y no siempre fácil atención a todos los componentes implicados en el proceso de producción del conocimiento o de investigación.
       5. Finalmente, voy a detenerme sobre la siguiente observación de O. Lewis (p. xxii): “Aunque presas de sus problemas irresolutos y de sus confusiones, han podido transmitirnos de sí mismos lo suficiente para que nos sea permitido ver sus vidas desde dentro (cursivas mías)…”
       En el marco de la tradición de los métodos cualitativos y de elaborar el conocimiento de una realidad social desde ella misma y desde sus propios actores, las “historias de vida” ofrecen mejor que ningún otro procedimiento científico esa posibilidad.
       Ahora bien, cuando el investigador procede a trabajar con “historias de vida” buscando en ellas la solución de un problema que previamente se ha planteado, su posición ante los “informadores”, las preguntas que hace como entrevistador (en este caso no las conocemos), ¿no pueden sesgar, desde fuera, en el sentido de ese mismo investigador, la orientación de las historias?
       Me he detenido en el trabajo de O. Lewis porque, habiendo llegado a ser casi un clásico de esta forma de investigación, en él se encuentran ya unas veces sólo esbozados, otras planteados, los principales problemas epistemológicos y metodológicos que todo investigador con historias de vida tiene que tener presentes.
       Con O. Lewis las “historias de vida” cubren el período de declinación de los métodos cualitativos que se extiende de los años treinta hasta los setenta del siglo xx. Cuando en 1982 publica La Vida, ya está muy ampliamente acompañado por numerosos autores y variados e importantes trabajos.

AUTOR    :    HENRY A. CASTILLO 

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